image001Sergio Santos, PMI Basque Branch Leader, Madrid-Spain Chapter

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En el mundo de la inversión estamos viendo recientemente cómo el paradigma “Value” está bastante de moda. Es algo lógico a mi entender, ya que sobre todo tras la crisis económica del año 2008 los resultados positivos en retorno de beneficios que están logrando los fondos gestionados de esta manera han hecho que todo el mundo se fije en ellos. De hecho, la explicación del marco teórico en el que se basan contiene unos fundamentos lo suficientemente sólidos como para ser entendidos por todo el mundo. La principal dificultad para llevarlos a la práctica es vencer a nuestras emociones y tener la paciencia suficiente, tal y como nos explican los teóricos del modelo, desde Benjamin Graham a Warren Buffet, pasando por Pat Dorsey o Peter Lynch.

 

De una forma muy resumida, el método se basa en la selección de acciones en cartera que coticen muy baratas frente al valor en libros de la compañía y la expectativa de flujos de caja futuros. Este nivel de descuento ofrece un margen de seguridad suficiente frente a errores en nuestra valoración del negocio. Para tener esta información, es necesario un análisis muy minucioso de cada compañía. Una vez encontradas y seleccionadas estas empresas, el gestor de la cartera ejecuta una compra, y no venderá hasta que la cotización de la acción se acerque al valor que estima como real. En ese momento, la acción dejará de tener potencial de revalorización frente a otras opciones, y se producirá un cambio de posición en la cartera. Esta explicación, que parece tan lógica a simple vista, no es tan fácil de llevar en la práctica. ¿Por qué? Pues básicamente porque esta forma de operar implica ir muchas veces contra el sentimiento del mercado. Posiblemente nuestro mejor momento de compra es cuando todo el mundo está vendiendo, y cuando las acciones de unos valores repuntan, vemos como los demás aumentan su patrimonio mientras nosotros estamos esperando como quien se queda mirando a que crezca un geranio. Esto es lo que pone a prueba la paciencia de los inversores, y por eso generalmente no es tan fácil de llevar en la práctica, ya que los buenos resultados que se han demostrado mejores que la media del mercado se dan en el largo plazo, cuando el tiempo pone a todos en su sitio. La diferencia fundamental es que no se basa en la expectativa ni en la especulación sobre lo que van a hacer el resto de compradores y vendedores en el corto y en el largo plazo. No se trata de predecir lo que piensa en el mercado, como hacen los especialistas en análisis técnico, ni tampoco en predecir momentos de sobreventa o sobrecompra analizando el entorno macro, como hacen otros, sino en fijarse muy a fondo y muy en detalle en cada compañía en la que se invierte, y analizar si está blindada frente a cualquier entorno adverso y competidores. Se trata de buscar barcos acorazados, y no chalupas en aguas supuestamente tranquilas, o sobre olas que en cualquier momento van a golpear la orilla con violencia.

Y tras toda esta exposición, ¿Qué tiene que ver este tema con la gestión de proyectos? Pues que en cada disciplina donde aparece un modelo diferenciado que funciona, cabe preguntarse si contiene algún tipo de elemento fundamental que puede trasladarse a otros ámbitos de gestión. Hemos visto que este tipo de inversión ha resultado ser el mejor método a largo plazo frente a otros tipos de inversiones. ¿Qué puede enseñarnos este paradigma a la gestión de proyectos?

El primer paralelismo claro que encontramos se da en la gestión de portfolio. El gestor “value” opera generalmente a través de fondos de inversión. Un fondo de inversión, como sabemos, es un portfolio de valores, balanceado y ponderado según unos ciertos criterios. Habitualmente, en un fondo de inversión “value” nos encontramos 4 o 5 valores fundamentales que pueden ocupar entre el 20% y el 40% de la cartera, completado con una constelación de acciones que pueden sumar entre 20 y 30 compañías más. Lo habitual es encontrar que las posiciones están balanceadas para cubrir riesgos, en diferentes sectores económicos, regionales, de divisa, etc.

Es decir, en PfM, también tenemos que componer una cartera, en este caso, en vez de invertir en valores cotizados, lo hacemos en proyectos, y también tenemos que balancear el riesgo. ¿Podemos confeccionar una cartera de proyectos con los criterios “value”? Analicemos en detalle cuales son estos valores. En una tabla pondremos los criterios de selección de acciones “value”, para ver que reflejo tendrían como criterio de selección de proyectos.

 

Criterio de inversión “Value”

Criterio de selección de proyecto

Empresas con poca deuda o ausencia de la misma

Que no suponga recurrir a costes de financiación, sino que podamos afrontarlo con fondos propios. El coste de oportunidad debería ser el driver de la tasa de retorno

Empresas con una ventaja competitiva clara

Determinar aquellos proyectos que desemboquen en una clara posición de ventaja competitiva frente a la competencia, con barreras de entrada para terceros

Empresas sólidas en gestión y con más de 15 años de andadura

Sobreponderar aquellos proyectos sepamos hacer muy bien, y que tienen poco riesgo tecnológico

Empresas con modelos de negocio claros, predecibles y aburridos

De nuevo, elegir proyectos cuyo flujo de caja tenga muy pocos riesgos de valoración. Donde los compromisos de pago podamos garantizarlos

Gestión Familiar o muy vinculada al negocio

Proyectos cuya gestión no vamos a delegar o sobre la que vamos a tener gran control y liderazgo

Empresas baratas

Suma de costes totales muy inferior al retorno esperado, y también con un tiempo de retorno muy corto, lo cual sería una equivalencia con el PER. El VAN y el TIR deben ser los mejores. Este es el indicador más evidente que no aporta tampoco nada novedoso, pero conviene remarcarlo

Empresas “olvidadas” con gran potencial pero que nadie quiere

Proyectos que no están de moda, y por lo tanto vamos a encontrar poca competencia, aunque el mercado los está demandando

Invertir siempre en activos, no en deuda o promesas

Elegir proyectos cuyo resultado vaya a ampliar de forma considerable el patrimonio de valor de la compañía (conocimiento, bienes, equipos, automatización de tareas, patentes, etc.), lo que le hará ser más eficiente en el futuro

 

Podría argumentarse que este sistema es tan conservador que implica un riesgo de oportunidad en sí mismo. También hay que tener en cuenta las limitaciones a la hora de adaptarse al mercado que puede tener el ceñirse de forma completa a estos parámetros. Personalmente, sin entrar a defenderlo o posicionarme, diría que, desde luego, una cartera de proyectos solvente debería contar con un porcentaje muy alto de proyectos como los que se seleccionan con este criterio: bajos costes, sin apalancamiento, muy predecibles, bajo riesgo, con la gestión muy conocida y haciendo lo que se sabe hacer en un entorno de baja competencia. Desde luego, una compañía que pueda dedicarse a este tipo de proyectos, puede considerarse afortunada. Precisamente, cuando nuestro mercado no nos ofrece estas oportunidades es cuando debemos ir con muchísimo cuidado. Es cierto que no podemos olvidar explorar otras vías de entrada, a la que dedicaríamos un porcentaje limitado de recursos, pero con una perspectiva de cartera en estos parámetros, podemos decir que el crecimiento sostenido y orgánico es más que posible.

Para la gestión de proyectos en sí misma, por tanto, buena práctica sería todo aquello que implica que la selección del proyecto aporte este valor: mantener los costes a raya para evitar la financiación externa y tener los riesgos muy controlados. Asegurar que las estimaciones de plazo son muy fiables, realizar una comunicación muy cercana a la dirección, para que la gestión esté muy vinculada al negocio, etc. Como vemos, todo aquello que sabemos sobre la gestión de proyectos y nos ayuda a mejorar, es un acercamiento a los posicionamientos “Value” que generan beneficios a largo plazo. Proyectos muy predecibles, bien comunicados y que dan en el clavo a la hora de satisfacer al cliente y generar el retorno esperado. La teoría confirmada por la práctica.